En un mundo marcado por desafíos titánicos, donde el equilibrio entre el orden y el caos define nuestro destino, Francisco I se erigió como un faro de esperanza y transformación. Su pensamiento, profundamente arraigado en la justicia social, ambiental y climática, nos invita a reflexionar sobre nuestra responsabilidad colectiva y a construir un futuro más justo y sostenible.
Francisco I no solo fue un líder espiritual, sino también un defensor incansable de los valores que nos unen como humanidad. Su agenda social y ética, orientada hacia la equidad, la colaboración y el entendimiento, resonó con fuerza en un planeta que parece estar a la deriva. Su llamado a cuidar de los más vulnerables y a proteger nuestro hogar común, la Tierra, sigue siendo una inspiración para todos aquellos que buscan un cambio significativo.
Tuve el honor de enviarle dos libros que escribí, y recibir cartas de agradecimiento de su equipo fue un gesto que reafirmó su cercanía y humildad. Este intercambio, aunque breve, me permitió sentir la profundidad de su compromiso con las ideas que compartimos: la necesidad de un pensamiento colaborativo y la urgencia de actuar con responsabilidad global.
Hoy, mientras despedimos a Francisco I, recordamos su capacidad para edificar y transformar, para guiarnos hacia el progreso y alejarnos del retroceso. Su legado nos invita a ser artífices de la continuidad, a construir un mundo donde la justicia y la sostenibilidad sean pilares fundamentales.

Gracias, Francisco, por tu ejemplo y por tu incansable labor en favor de todos. Que tu mensaje de esperanza y acción continúe iluminando nuestro camino hacia un futuro más elevado y armonioso.
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