Introducción
Josep Fausto Pla Ros (Fausto Ros) es un hombre inquieto, algo místico, según dicen los que le conocen de cerca. Investigador incansable y solitario. Su inquietud le ha llevado a desarrollar una teoría que él denomina: relación Tri-Ching-A’dn (relación entre el lenguaje chino I-Ching, el ADN y la matemática cartesiana). Es una aplicación directa sobre el análisis de formas en la arquitectura de las cosas, se puede ver por Internet en su canal YouTube: El Tao de la Crucisfera.
Su última investigación versa sobre los códigos secretos que esconde la serie Fibonacci en relación con la simbología China del I-Ching y la Toría del Todo de Marko Rodin (Matemáticas Cualitativas-Vorticiales). Aunque su profesión es la arquitectura, cuando le sobra tiempo, se dedica a escribir poesía, novelas o ensayos y hacer algunas acuarelas. Se ha presentado a concursos de arquitectura, pintura, escultura y literatura, obteniendo lugares destacados. 1er Premio de escultura en el Congreso Nacional de las Comunidades de Regantes de España -Amposta 2010- También ha investigado sobre los poblados Íberos, con varias publicaciones en diferentes universidades del estado español. Estudioso para la salud del hábitat, fenómenos telúricos (radiestesia), que pueden ayudar a obtener una mejor salud del hábitat. Esos conocimiento le han dado pie a aplicarlos en todos sus proyectos arquitectónicos y urbanísticos que realiza.
Neuroarquitectura
En los primeros libros de La Arquitectura (Compendio de Arquitectura) se habla de los primeros materiales utilizados por los hombres para resguardarse de las inclemencias del tiempo y de las fieras. La humanidad se bastaba de lo que la naturaleza les proporcionaba de forma generosa. Se iban pasando de generación en generación los adelantos. Aprendieron a combinar, primeramente, la piedra y el barro, luego la madera. De ahí surgieron las primeras inspiraciones para diseñar las primeras construcciones, el inicio de la arquitectura como arte, copiando de los patrones que la naturaleza regalaba a la humanidad.
La incipiente arquitectura iba bebiendo de la manera de construir en la antigüedad, de la cultura, creando grandes imperios como el griego, el romano, mejorando siglo tras siglo las técnicas constructivas. Desde Roma llegó a Occidente el clasicismo presidiendo el desarrollo de la cultura y el arte. Los primeros teorizadores de la arquitectura fueron lo griegos. Nombres como Hipódamo de Mileto y más tarde el romano Marco Vitruvio Polión dejaron el mejor sedimento teórico. Vitruvio habla en sus Diez Libros de Arquitectura del gran saber (Literatura, Geometría, Óptica, Aritmética, Filosofía, Música, Medicina, Derecho, Astrología y otros más) que los arquitectos debían adquirir para la consecución perfecta, tanto en las construcciones públicas como en las privadas.
La armonía y orden, entre todos los materiales que configuran una construcción es, a grandes rasgos, el Feng-Shui que orbita en la globalización, en lo holístico, es decir, la suma de todos los elementos. La sociedad, los teóricos han evolucionado hacia una gran especialización, llevando a los estudiantes de arquitectura hacia tal extremo que raya lo absurdo. Creamos profesionales que van hacia la combinación intrínsicamente fría: el diseño de obra nueva. Se ha perdido el horizonte ignorando lo más esencial, el reciclaje de los edificios, la rehabilitación. Somos humanos, sociables, con sentimientos y emociones. Parece que lo más importante sean los metros cuadrados, los materiales, las tipologías, los estilos de moda, la eficiencia, el negocio, pero nos olvidamos de algo mucho más importante como es el bienestar, la vida, la salud. Tenemos que construir tranquilidad desde los sentidos.
La unión de la neurociencia con la arquitectura nos impulsa a comprender, pues, cuál es el funcionamiento del cerebro en relación con el ambiente. Algunas veces entramos en espacios que percibimos de una manera que nos producen diversas sensaciones. Nuestro cerebro se impregna de toda percepción o emoción para transformarlo en nuevas composiciones sinápticas. Debemos considerar cómo cada aspecto de un entorno arquitetónico podría influir sobre determinados procesos cerebrales, como los que tienen que ver con el estrés, la emoción y la memoria.
Mi colega Teresa Carrera Sabaté en un artículo se pregunta que tiene que ver con todo esto la bioconstrucción, concretamente con la llamada neuroarquitectura. Básicamente, ésta puede contener argumentos irrefutables para escépticos de la bioconstrucción. Analizamos algunos de estos rasgos, todos ellos extraídos de diferentes estudios publicados en los últimos años y que puede encontrar referenciados al final del escrito. El uso de materiales naturales, la protección de los ruidos, el respeto a la luz natural. La luz es un recurso plástico y estético que nuestro cerebro busca constantemente, tendiendo a encontrar la belleza. (Unsplash)
Materiales como la tierra tiene un efecto neuromodulador eléctrico en el sistema nervioso humano, tal y como demuestran las llamadas teorías sobre la toma en tierra como sistema de descarga eléctrica. La madera reduce claramente la actividad del lóbulo prefrontal, tiene propiedades antibacterianas y en lo que se llama termocepción es uno de los materiales que percibimos como muy cálido, además es un material con colores y texturas estimulantes.
Otros materiales nobles como el metal, la piedra, el vidrio y también una corriente de creación de nuevos biomateriales, biodegradables y sostenibles que aportan caminos más tecnológicos, pero igualmente válidos como defiende la arquitecta Neri Oxman a través de su investigación en el MIT media Lab.
Los tiempos cambian, evolucionamos con él y con el espacio. Habitamos entre la realidad y lo imaginario, aunque a veces, la sociedad, nos pone un elemento invisible que nos separa el ying del yang. En este sentido debemos pensar que el hombre jamás pierde el sentido ancestral de la propia naturaleza. ¿Diseñamos edificios reponiendo la naturaleza (jardines, huertos hidropónicos, parques, etc.) o bien urbanizamos la naturaleza? No es una cuestión de plagiar o copiar, sino una necesidad propia de los seres humanos. ¿Hemos perdido el control espacial y sensorial? Vivimos entre contenedores formados por millones y millones de materiales diversos sin tener en cuenta que la arquitectura es lo que habita entre lo material y lo imaginario, entre los materiales, el espacio y por supuesto con los sentimientos humanos. Hablemos con las personas a través del espacio, hagamos que nuestros ríos vuelvan a ser aquellos espejos en los que nuestros seres primigenios empezaban a descubrir cómo eran, a despejar su incógnita, a sentir otras emociones, en definitiva, a diseñar desde la salud física, mental y espiritual para aminorar los riesgos de sufrir enfermedades.