El mundo en su conjunto y Europa especialmente ha disfrutado durante varias décadas de un crecimiento en términos de prosperidad y bienestar sobre la base de un uso intensivo de los recursos. Como consecuencia del abuso o hacer mal uso de los recursos naturales que se obtienen del medio ambiente, organismos como la ONU y la UE se han decantado claramente por lograr un desarrollo “Sostenible”. Pero en estos momentos, el mundo se enfrenta a un desafío doble, por un lado, estimular el crecimiento necesario para proporcionar empleo y bienestar a los habitantes del mundo, y por otro, garantizar que la calidad de ese crecimiento redunde en un futuro sostenible.
A lo largo del siglo XX, la utilización de combustibles fósiles en el mundo se multiplicó por doce, y la extracción de recursos materiales, por treinta y cuatro. Cada ciudadano de la Unión Europea consume hoy en día dieciséis toneladas de materiales al año, de las cuales seis se desechan, descargándose la mitad en vertederos. Sin embargo, las tendencias apuntan al fin de una era en la que los recursos eran abundantes y baratos. Las empresas se enfrentan al aumento de los costes de materias primas y minerales esenciales, cuya escasez y volatilidad de precios están teniendo un efecto perjudicial para la economía.
Las fuentes de minerales, metales y energía, así como las reservas pesqueras, la madera, el agua, los suelos fértiles, el aire limpio, la biomasa y la biodiversidad, están bajo presión; lo mismo puede decirse de la estabilidad del sistema climático. Según estimaciones del Consejo Empresarial Mundial de Desarrollo Sostenible (WBCSD), de aquí a 2050 la eficiencia de los recursos deberá ser entre cuatro y diez veces mayor, y ya en 2020 deberán haberse introducido mejoras significativas.
La transformación de la economía hacia un uso más eficiente de los recursos reforzará la competitividad y aportará nuevas fuentes de crecimiento y de empleo gracias al ahorro de costes derivado de la mejora de la eficiencia, la comercialización de innovaciones y una mejor gestión de los recursos en todo su ciclo de vida. Esa labor exige la implantación de políticas que reconozcan las relaciones de interdependencia entre la economía, el bienestar y el capital natural, y que traten de eliminar las barreras que obstaculizan la mejora de la eficiencia de los recursos permitiendo a las empresas operar sobre una base equitativa, flexible, predecible y coherente. Especial consideración están adquiriendo la pérdida progresiva de la masa forestal provocada por los incendios. Para hacer frente a esos desafíos y convertirlos en oportunidades, la economía deberá proceder a realizar una transformación radical en los ámbitos de la energía, la industria, la agricultura, la pesca, los sistemas de transporte y la edificación. Al mismo tiempo, se deberá proceder a un “Tránsito de pensamiento” por parte de los actores económicos, sociales e institucionales en cuando a la observancia de nuevo comportamientos, también de los productores y los consumidores.